llegado hasta nosotros a través de referencias de otros autores como Heródoto, Aristóteles y Plutarco, que nos cuentan que Solón fue el organizador de la sociedad ateniense, dividiendo a sus ciudadanos en clases, según su fortuna, y que reguló su funcionamiento mediante un código de leyes. Nos hablan del contenido de algunas, pero no conocemos realmente su texto ni existen, en realidad, referencias expresas a la creación de escuelas para niños.[1]
Plutarco nos cuenta que, puesto que el terreno que ocupaban los atenienses era de mala calidad y las labores del campo no daban ocupación para todos, Solón defendió que no podía haber gente ociosa y desocupada, por lo que estableció que todos aprendieran un oficio y que los holgazanes fueran sancionados por el Consejo del Areópago[2]. No fue, pues, una motivación puramente cultural lo que le llevó a establecer esta norma sino más bien una cuestión de orden económico y social. La formación de los jóvenes era importante de cara a que estos pudieran conseguir un trabajo del que vivir dignamente, a la vez que sacaba de las calles a ociosos que pudieran buscar su modus vivendi por otros medios. Esto no es Esparta. Aquí los padres deben asumir la educación de los hijos, y la responsabilidad de estos queda claramente establecida al legislar que el hijo al que no se hubiese enseñado un oficio no tendría obligación de alimentar a su padre anciano. Es el padre el sancionado, pues a este le competía tal responsabilidad, ya que era considerado el único engendrador: el hijo era, desde el punto de vista biológico, exclusivamente del padre, pues las mujeres eran consideradas como meras depositarias de una semilla del varón, a la que ayudaban a germinar a modo de nodrizas.
También propuso que en vez de tantos honores a los atletas – que por entonces gozaban de una altísima consideración-, se honrara a los que morían en la guerra “criando e instruyendo a sus hijos a expensas del público, pues con este estímulo se portan fuertes y valerosos en los combates…”[3]. Está implícita en esta idea el valor que los padres daban a la educación de sus hijos, al temer menos por perder la vida si la instrucción de aquellos quedaba asegurada tras su muerte.
A Solón se nos muestra como un gran amante de la cultura, de la sabiduría; conocedor del valor que tiene la educación, tanto para el individuo como para la sociedad a la que pertenece, y de la importancia de mantenerse abierto al aprendizaje y al desarrollo personal a lo largo de toda la vida. Y parece ser que predicaba con el ejemplo, pues decía que envejecía aprendiendo cada día muchas cosas.
ÁNGEL I. JIMÉNEZ DE LA CRUZ
[1] HERÓDOTO en Historia, Libro I, XXIX; PLUTARCO, en Vidas paralelas; ARISTÓTELES en Constitución de los atenienses.
[2] Tribunal que controlaba a
los magistrados, interpretaba las leyes y juzgaba a los homicidas.
[3] DIÓGENES LAERCIO: Vidas, opiniones y sentencias de los
filósofos más ilustres, traducidas directamente del griego por D. José
Ortiz y Sanz, Tomo I, Luis Navarro, Editor, Madrid, 1887, p. 48.
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