Existía una regulación del funcionamiento de la escuela, que
alcanzaba no solamente los aspectos relacionados con la enseñanza sino también
el modo de vida de los alumnos. Tras ser admitido en la escuela, el alumno
pasaba un periodo de iniciación. Solamente tras el periodo de iniciación, los
admitidos pasaban a escuchar las
enseñanzas de Pitágoras. Primero, sin poder verlo, oyéndolo detrás de una
cortina, sin pasar al lugar en donde estaba el maestro; solamente los más
avanzados pasarían más adelante al interior. Podían transcurrir varios años
hasta poder estar junto a Pitágoras.
Ello suponía dos niveles de integración. Un círculo más
comprometido, el conocido como los “matemáticos”, los que estaban en el
interior, conocedores de los avances científicos que se llevaban a cabo y en
los que ellos mismos participaban; de hecho (máthēmatika), significaba
«lo que se estudia y aprende». El otro, que se conoce como “acusmáticos”, los
oyentes, eran los que estaban fuera y poseían una formación elemental de los
principios filosóficos y científicos pitagóricos; memorizaban pero sin entrar a
profundizar en los argumentos, razonamientos ni demostraciones. Los primeros,
auténticos científicos, renunciaban a la vida exterior, vivían en comunidad,
donaban sus pertenencias a la comunidad, llevaban un régimen alimenticio
vegetariano y se mantenían célibes. Los segundos eran meros aprendices que
vivían en sus casas y asistían diariamente a la escuela.
Los discípulos de Pitágoras se distinguían de los demás por la
vestimenta y debían llevar una vida ejemplar. La vida diaria de los que estaban
directamente bajo su guía, los más allegados, comprendía paseos solitarios por
la mañana, buscando la calma y la tranquilidad; no convenía encontrarse con
nadie hasta haber puesto en orden su propia alma y el intelecto, pues
consideraban perturbador el contacto con la multitud recién levantados. Al
finalizar el paseo se encontraban unos con otros intercambiando ideas sobre sus
estudios. Después dedicaban un tiempo al cuidado corporal y a los ejercicios
físicos. Tras la comida y un tiempo dedicado a otras cuestiones ciudadanas,
realizaban otro paseo por la tarde, esta vez en grupo, durante el que,
nuevamente, intercambiaban ideas sobre lo estudiado y aprendido. Tras el paseo
una cena en grupos de 10 y, tras ella, unas libaciones, seguidas de un tiempo
de lectura de un texto que el más anciano escogía y que realizaba en voz alta
el más joven. Se finalizaba con otra libación, antes de retirarse. No conocemos
exactamente en qué momento se reunían con el maestro y si era a diario; aunque
tal vez fuera parte de los encuentros matinales. La escuela tenía también toda
una organización para la gestión económica y patrimonial.
La pertenencia a la escuela exigía el mantenimiento del secreto
de lo que en ella se trataba. Y su incumplimiento era castigado severamente. Esto
explicaría por qué no existen escritos claramente pitagóricos antes de la época
de Filolao (h. 460 – h. 385 a. C.). Todo se divulgó oralmente y todos los
trabajos matemáticos se atribuyeron a Pitágoras, aunque hubieran sido llevados
a cabo por los discípulos. Por este secretismo muchos consideran que era más
bien una secta.
El secreto mejor guardado fue el de los números irracionales,
que ellos llamaban inconmensurables (infinitas cifras decimales no periódicas).
Revelarlo era la peor traición que se podía hacer pues estos números venían a
contradecir su doctrina, que preconizaba que el número era un ente perfecto que
regía todo el universo y lo que en él existía, y decidieron mantener en secreto su descubrimiento.
El secretismo de los estudios pitagóricos
acabó rompiéndose. Se Hace responsable de la traición a Hipaso de Metaponto,
que propagó lo de los números irracionales y también divulgó cómo se construía
una esfera a través de 12 pentágonos (dodecaedro), pasando por inventor de ello
en detrimento de Pitágoras. Su muerte en un naufragio se relacionaba con esta
traición. Pero no toda la culpa se la lleva él. Se habla también de un
pitagórico que cayó en la ruina y encontró en la enseñanza de sus conocimientos
de geometría la manera de remediarla.
Treinta y nueve años mantuvo Pitágoras la Escuela, pasándosela
al final, con 100 años, a su discípulo más anciano, Aristeo de Crotona, y este
a Gartidas de Crotona, que después la pasó a Aresas de Lucania, etapa en la que
siendo alumno Diodoro de Aspendo este se dedicó a divulgar las enseñanzas
orales de los pitagóricos y fueron poniéndose por escrito. Parece que tras la
muerte de Pitágoras un grupo de alumnos, conocidos como los “pitagóricos”
siguieron por el camino místico de sus doctrinas, mientras que otro grupo, el
de los “matemáticos”, continuó por el campo científico.
ÁNGEL I JIMÉNEZ DE LA CRUZ
[1]
Sus
sedes o lugares de reunión fueron incendiados y sus discípulos se dispersaron.
En la “casa de Milo” en Crotona, fueron sorprendidos y asesinados unos 50 o 60
pitagóricos.