de un pie al rey persa Dario, después de que unos médicos egipcios se lo empeoraran-, o filósofos como Tales de Mileto –el primero que se preguntó por el universo desde un punto de vista racional- ¿cómo no iban a tener una labor docente con quienes querían aprender sus disciplinas? De hecho, nos cuentan que Anaximandro fue discípulo de Tales. Pero esta docencia era una labor de carácter individual. Es Pitágoras (572 – 497 a. C.) el primer maestro que aglutinó en torno a sí a un grupo de discípulos, que son conocidos como los pitagóricos. Es Pitágoras, pues, el primer fundador de lo que podríamos denominar una escuela de estudios superiores; lo que hoy en día llamaríamos una cátedra.
Pitágoras había viajado por Egipto durante 22 años y otros 12
por Mesopotamia, conviviendo con los sacerdotes egipcios y los magos de
Babilonia; y de allí vino impregnado de unas nuevas ideas filosóficas y
conocedor del avance que en aquellos lugares se había llegado en las
matemáticas. Allí, sin duda, conoció los centros del saber que había en los
templos y es posible que, inspirado en ellos, desarrollara su conocida escuela.
Con Pitágoras progresa el estudio de las matemáticas,
introduciéndolas en la educación griega. Considera que toda la Naturaleza, todo
lo que existe, está basado en escalas y relaciones numéricas. El número es,
pues, el principio, la medida, la clave de todas las cosas. Algunos números
tenían significados curiosos para los pitagóricos. El 2, por ejemplo, era el
primer número hembra y el 3 era el primer número macho. El 5, unión de los dos
anteriores, era el número del matrimonio.
Se adjudican a Pitágoras las tablas de multiplicar y la regla de
tres, además del teorema que lleva su nombre, aunque el cálculo del mismo ya era
usado por los babilónicos y no es hasta el siglo V d. C. que se le atribuye a
él.
Relacionó la música –uno de los pilares de la educación griega-
con las matemáticas, reduciéndola a números. Los sonidos se conseguían al hacer
vibrar una cuerda y él descubrió que dividiendo la cuerda en proporciones se obtenían
sonidos armoniosos, y que existía una relación numérica entre los tonos que
sonaban armónicos, con lo que los números eran también belleza. Pitágoras no
era músico, pero a través de las matemáticas desarrollo una escala musical que
se conoce como escala pitagórica.
La fama de sus conocimientos le llevó a ser considerado un sabio
en todos ámbitos de la vida, aunque él se definía simplemente como un amante
del saber: filósofo. Ocupó el escalón más alto de la docencia en la época y el
prestigio de su escuela fue tal que todos querían que sus hijos asistieran a
sus enseñanzas. Su gran calidad humana la demostró al preocuparse por su
maestro, Ferécides de Siros, cuidándolo en sus últimos momentos y encargándose
de su entierro.
Junto a su incuestionable valía intelectual, se nos muestra
también como poseedor de una serie de capacidades de carácter sobrehumano como ser
capaz de experimentar el fenómeno de la bilocación, realizar acciones
milagrosas como la sanación mediante la música o la palabra, hacer profecías,
etc. Incluso físicamente era excepcional, pues se afirma que estaba dotado
de un muslo de oro. Sus habilidades
oratorias se tienen como excepcionales así como su capacidad para mantener
unidos solidariamente a todos los miembros de su comunidad. No es de extrañar,
por tanto, que su escuela adquiriera el carácter de una asociación religiosa,
en torno a un ser al que se consideraba más próximo a los dioses que a los
hombres.
Sus doctrinas y pensamientos no los puso nunca por escrito.
Plutarco es contundente en este sentido: “Ni Pitágoras escribió nada en
absoluto, ni tampoco Sócrates, Arcesilao o Carnéades que fueron los más
ilustres entre los filósofos”. Nada conservamos de su puño y letra, aunque hay
autores que refieren que escribió al menos tres obras, sobre la educación, la
política y la naturaleza que, lógicamente, no se conservan. De Pitágoras, como
de otros grandes sabios de la Antigüedad, hemos de decir: Dicen que decía…
ÁNGEL I. JIMÉNEZ DE LA CRUZ
No hay comentarios:
Publicar un comentario